Trimestrale di cultura civile

La respuesta a la pandemia, la comunidad

  • FEB 2021
  • Ernesto Facundo Taboada

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La respuesta de la organización comunitaria a la tragedia sanitaria. Formas de autogobierno que dialogan para apoyar desde abajo las necesidades de los ciudadanos más pobres frente a las escasas actividades de lucha contra la pandemia llevadas a cabo por las instituciones estatales. Soluciones creativas y eficaces.

Una forma de construir un sistema relacional y pasar de “salvar a quien pueda” a “o nos salvamos todos o nadie se salva”. “Focus” en procesos resilientes de subsidiariedad

Y de pronto las condiciones, que en muchos casos ya eran malas de por si, empeoraron de forma drástica.

Las noticias que llegaban a Buenos Aires daban cuenta que los sistemas de salud de los países más ricos, colapsaban. Y que se avecinaba una tragedia sanitaria, seguida de una tragedia económica y social. Que iba a ser “peor que el 2001” cuando habíamos llegado a índices de pobreza por encima del 50% y de indigencia de alrededor del 30% de la población total.

Si fuera útil para comenzar buscar alguna síntesis, diría que aquello que antes de la pandemia de algún modo todos sabíamos, o intuíamos, a partir del confinamiento quedó a la vista de forma inapelable. Como que nos obligó a todos a tener que hacernos cargo, dejar de hacer “como que”. Como que la situación no era tan grave, ni tan terrible, y que la solución podía seguir esperando un poco más. Eso teníamos todos muchas ganas de creer. Pero cuando llegó lo inesperado, lo absurdamente inesperado, lo que teníamos ganas de creer le tuvo que dejar lugar a lo que es. Aceptar que a pocas cuadras de donde vivimos hay personas pasando hambre. Que la sociedad y fundamentalmente el estado, se muestran, en el mejor de los casos, impotentes para garantizar condiciones elementales de vida para miles, millones de nosotros.

Pero esta vez iba a ser distinto. Porque ahora estaba en juego la vida de todos. La de nosotros mismos. Y la de la gente que más queremos. Ya no podíamos simplemente mirar para otro lado. Distraernos con el teléfono.

Y cuando llegó la noche, al final, quedamos los mismos de siempre
Cuando llegó la noche, los que desde no hacía tanto tiempo habían llegado a los barrios más pobres, se fueron de nuevo. Aquellas instituciones estatales que de forma tímida primero, y creciente después, fueron llegando a los barrios más pobres, cerraron. El estado, que nunca había terminado de llegar, se había ido de nuevo.

Fue la organización comunitaria la única que estuvo ahí. La iglesia, el comedor comunitario, la organización social del barrio, de toda la vida, que forma parte de la cotidianidad desde hace años. Para llevarle algo de comer a alguien que no podía salir, para ayudar a cocinar y cuidar a los enfermos, para aislar a los mayores y protegerlos de cualquier contacto, en fin, para organizar la respuesta a la pandemia en conglomerados de varias decenas de miles de habitantes en condiciones indignas de vida. Ahí, donde están los problemas, donde encarnan, donde se presentan de forma concreta, con forma de hambre, de miedo, de angustia, de soledad, de desamparo. Ahí, donde era (y sigue siendo) necesario estar, para acompañar a los más frágiles. Para acompañarnos entre todos. Para entender que nadie se salva solo, y que ahora más que nunca el “o nos salvamos todos o no se salva nadie” tiene que sustituir al “sálvese quien pueda”.

Y fundamentalmente el enorme aprendizaje de caminar juntos. De buscar alternativas, creativamente, soluciones concretas. El aprendizaje de habernos mezclado.

Por eso, porque la realidad supera a la idea, lo mejor que podemos compartir es la experiencia. Con forma de poliedro, que es la unión de todas las parcialidades que en la unidad conservan la originalidad de su parcialidad.

Algunas escenas, desde diferentes lugares y puntos de vista. Vividas y contadas en primera persona. Desde el núcleo mismo de la desprotección y el sufrimiento. Algunos testimonios de la pandemia desde la periferia (de la periferia). Experiencias de procesos. De mezclas, de acompañamientos nuevos y viejos en momentos dramáticos.

Escena uno: Los barrios más pobres de la ciudad de Buenos Aires y la provincia (área metropolitana de Buenos Aires AMBA). La Familia Grande Hogar de Cristo
Hacía muchos años ya que se venía discutiendo judicialmente en la ciudad de Buenos Aires que las condiciones de hacinamiento, de imposibilidad de acceso a servicios básicos esenciales como el agua potable, y de marginación, constituían una violación sistemática a los Derechos Humanos. Sin embargo con la pandemia, esos debates que llevaban más de una década, cobraron una centralidad inédita. De pronto esa falta de acceso al agua potable en medio de “novedosas” condiciones sanitarias impuestas por la pandemia que exigían el aseo periódico, se empezó a contar en vidas. Seguramente siempre fue así. Pero ahora eso nos afectaba a todos. Las empresas de noticias empezaron a hablar de as villas (barrios más pobres) en las que había agua y las que no. De los casos que se iban detectando. De esa realidad, antes invisible.


La situación fue empeorando. Cada vez más personas se fueron enfermando y muriendo. Crecieron los despidos y los problemas económicos se profundizaron por la falta de actividad callejera. El gobierno reconoció su impotencia absoluta en los barrios más pobres y les pidió a las parroquias y a organizaciones sociales ayuda para evitar una catástrofe. Recién empezaba todo. Era marzo.

La improvisación y la desorganización histórica, ahora constituían un problema mucho más profundo. Porque a la gente no se le permitía salir de los barrios, entonces la alimentación dependía de esa logística estatal improvisada, impotente. La gente del barrio otra vez solo se tenía a si misma para afrontar dificultades extremas. Era la respuesta comunitaria, o la nada.

En mayo, la situación ya era muy grave. Y la única organización que funcionó fue precisamente la comunitaria. La cultura del barrio, de la proximidad, del compañerismo y de la solidaridad. De la comunión. Del acompañamiento. La pedagogía de la presencia, como le llama el padre Charly de la villa 21. Tu casa es tu barrio, fue la frase que buscó sintetizar esa cultura. Los comedores trabajaban sin parar horas y horas, e incluso llegaban a repartir comida en las casas de los pacientes de riesgo para que no tuvieran que salir. Las parroquias se acondicionaron para albergar a las personas mayores, en barriadas con varias decenas de miles de habitantes (en algunas por encima de los cien mil en condiciones insalubres).

El Papa Francisco publicó una carta que el pasado 12 de abril envió a los movimientos populares: “Espero que los gobiernos comprendan que los paradigmas tecnocráticos (sean estadocéntricos, sean mercadocéntricos) no son suficientes para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad. Ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir”.

Y junto con la organización comunitaria, en medio de la tragedia, al menos la voz de la periferia empezó a escucharse un poco más. Los curas villeros ya venian desde hace varios años pronunciándose a través de comunicados de prensa para relatar las dificultades concretas a que se enfrentan día tras día los habitantes de las villas (como que nunca llega la ambulancia, por ejemplo). Pero ahora su voz empezó a tener una atención especial. El 5 de mayo sacaron un comunicado: “En este contexto, la pandemia hace que se visibilicen problemas estructurales de nuestros barrios. La realidad se nos vino encima. Hay temas en los que no podemos seguir esperando su solución. Hay lugares con serios problemas de falta de agua, como la villa 31. Nos preocupa la situación del hacinamiento y abandono en las cárceles, las limitaciones del sistema de salud, la asistencia alimentaria sostenida y muchas necesidades concretas que surgen por la pérdida de las changas y trabajos informales de muchos de nuestros vecinos. Es preocupante la realidad de despidos arbitrarios. Se vienen momentos muy duros en lo social. Va a ser largo. Es urgente que se favorezca el acceso a los subsidios habitacionales. Cada vez más gente se queda sin dinero para pagar el alquiler. En la línea del I.F.E es necesario que se aumenten determinados beneficios sociales en cuanto al acceso a la compra de alimentos y medicamentos.

Estos son tiempos de hablar con hechos. Ausentarnos de los barrios populares sería colaborar para que crezca la injusticia existente. En nuestros barrios no cerramos las Capillas. Todas las actividades habituales se reconfiguran en función de lo que vamos viendo que necesita la comunidad [...].”1

Una forma de ser Iglesia. La Iglesia “hospital de campaña”. Estar, ahi, ser familia. La pedagogía de la presencia. El “tomar la vida como viene” que les enseño Francisco. Esa es la esencia de la Familia Grande Hogar de Cristo2 .

Al fin y al cabo, ratificar que las soluciones solo puede ofrecerlas una comunidad sustentada en valores humanistas, de cuidado y acompañamiento recíproco, de conciencia de la fragilidad que a todos nos caracteriza, y el daño que la falsa sensación de autosuficiencia y el aislamiento provocan.

Si las comunidades eclesiales ven a los más pobres como alguien a quien hay que ayudar, y no como una hermana, un hermano, o un “otro igual a mí” sus prácticas se vuelven de beneficencia, conservan la asimetría, y son incapaces para buscar genuinamente la justicia.

Como puede leerse en el documento fundacional de la Universidad Latinoamericana de las Periferias: “necesitamos seguir encontrando respuestas reales para nuestros barrios, nuestras comunidades, nuestros espacios de trabajo. Necesitamos hacerlas perdurables y transmisibles. Hacerlas comprensibles a las superestructuras académicas y políticas. Que puedan permear estas superestructuras para superar la racionalidad tecnocrática que subyace en las políticas públicas, racionalidad que en última instancia se pone al servicio de los poderosos y las tendencias colonizadoras del pensamiento elitista. Racionalidad abstracta y desconectada de nuestra realidad y nuestros contextos. Si logramos jerarquizar nuestras búsquedas y caminos, las políticas públicas nos serán también menos esquivas”.

La mirada desde la periferia. Cómo se ve, como se siente, desde el punto de vista de quienes padecen la injusticia y el desprecio. Desde el lugar que la mayoría evitar atender, mirar, asumir. Los que nadie mira y nadie escucha.

En síntesis, el ocaso de una civilización que, con mucho dolor, nos deja profundos aprendizajes.

Y para cerrar esta parte, el Padre Charly de nuevo: “Sin embargo, a pesar de su rostro apocalíptico y fatal esta pandemia nos llega como una oportunidad. Al rompernos la cotidianeidad, nos obliga a encontrar nuevas formas de vivir y nos exige poner sobre la mesa los criterios con los que hacemos las cosas. Porque cuando la rutina avanza no nos preguntamos demasiado, simplemente repetimos la fórmula. Pero ahora se nos cambió todo. Las cosas que hacíamos ya no podemos hacerlas. Incluso la sombra del miedo cubre a nuestros seres queridos, y extrañamos abrazarnos. Comprendemos el lugar que tienen en nuestra vida el mate y el beso, y que aunque el vínculo, el afecto y el amor no estén escritos en nuestra legislación reconocemos que son esenciales y que no podemos vivir sin ellos. Comprendemos así que hay cosas más importantes que el negocio, y que si no nos salvamos todas y todos, nos hundimos porque todo está conectado y que una sociedad para pocos se termina convirtiendo en un boomerang”.

Escena dos: La boca (los alrededores de la bombonera) En el barrio de la Boca, al igual en la mayoría de las villas, la mayoría de las personas son cuentapropistas, hacen changas ocasionales, son vendedores ambulantes, trabajadores de la economía popular, tienen algún oficio. Todo bastante informal pero subsisten más o menos bien, si les permiten que se inventen su propio trabajo en la calle.

La mayoría de estos vecinos – aún sin pandemia – concurren a los comedores comunitarios del barrio, cerca de la bombonera, que están sostenidos por un programa del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, lo cual les genera una especie de ingreso extra, pues “ahorran” la comida diaria.

Al igual que ocurrió con la mayoría de los servicios estatales que en los últimos años habían empezado a aparecer en los barrios más pobres, muchos de estos comedores soportados con fondos públicos por el gobierno local, directamente cerraron sus puertas a raíz del confinamiento obligatorio. Lo mismo hicieron todas las reparticiones estatales (excepto los hospitales). Como si la gente dejara de comer durante la cuarentena. O dejara de necesitar los servicios estatales. Y en muchos casos también, comedores comunitarios que mantuvieron sus puertas abiertas, recibieron menos mercadería que de costumbre por parte del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Con la demanda multiplicada.

A eso hubo que sumarle que, con el transcurso de los días, la gente del barrio se fue quedando sin dinero, pues tenían que comprar comida debido a que los comedores cerraron y además no podían trabajar. Al quedarse sin dinero, muchos vecinos de la Boca comenzaron a deambular de comedor en comedor buscando comida o mercadería.

Hay que aclarar que los vecinos son muy respetuosos de los cuidados preventivos para no contagiar/se el virus. Todos mantienen la distancia social indicada por las autoridades y salen a la calle con barbijo. No hay reuniones en la vía pública ni en las casas.

Al igual que en las infinitas crisis económicas anteriores, a medida que la situación se ponía más difícil, aparecía con mayor fuerza la solidaridad y el cuidado comunitario. Fue así que ante la situación grave de emergencia alimentaria, tanto vecinos como agrupaciones políticas y sociales, se organizaron para abrir nuevos comedores con la modalidad de entrega de viandas y siguiendo los protocolos respectivos de cuarentena.

Además se organizaron en una “red” a fin de sistematizar los días de atención de los diferentes comedores del barrio, controlar el estado de salud de los vecinos, y recibir quejas y/o propuestas de los vecinos del barrio.

Varias de estas agrupaciones se contactaron con el Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad a fin de hacer un amparo para exigirle al Gobierno de la Ciudad que entregue más mercadería a los comedores del barrio, porque la cantidad de gente que concurre a ellos se había duplicado por lo menos. Esto fue a fines de marzo o principio de abril. Terminando julio, ningún organismo estatal había judicializado la cuestión ni muchos menos la había resuelto.

Por otro lado se recrudeció el accionar represivo de la fuerza policial, con excesivas y violentas detenciones a chicos de 18 o 20 años.

Escena tres: Wilde, conurbano bonaerense En los últimos días de Mayo de 2020, en plena crisis por la pandemia de Covid-19, el barrio Villa Azul, ubicado en la provincia de Buenos Aires, en el límite entre Wilde (Avellaneda) y Don Bosco (Quilmes) aparece en los medios de comunicación como un foco de contagio. El Gobierno Provincial decide aislarlo, es decir, no permitir la entrada ni la salida de ninguna persona que viva o habite ese barrio en ese momento. Para eso, establece un numeroso operativo a cargo de las fuerzas de seguridad.

La Panadería es un espacio cultural instalado a tres cuadras de Villa Azul, dese hace años forma parte de la cotidianidad de esa comunidad. En condiciones normales La Panadería dicta cursos y talleres artísticos (guitarra, piano, canto, música ensamble, teatro, dibujo y pintura etc.) a la par que desarrollan actividades solidarias en los barrios pobres de la zona, y trabaja junto con comedores comunitarios y otras organizaciones de la villa. Y los fines de semana, se brindan conciertos y espectáculos en vivo. Pero nada de todo esto se puede hacer desde el inicio del aislamiento social obligatorio.

Cuando tomó difusión lo de Villa Azul, la organización comunitaria ya existente se tuvo que transformar. Actualizar. Reorganizarse rápidamente para dar respuesta a las nuevas necesidades. Muchos vecinos intentamos inicialmente acercarnos a las instituciones de referencia de la comunidad – la Parroquia Nuestra Señora del Carmen y la Escuela Secundaria Técnica de la Universidad local – para brindar nuestra ayuda y ponernos a disposición. Sin embargo, los responsables del operativo montado por las autoridades estatales, no habían tenido comunicación con ninguna de las dos. Tampoco habían involucrado a las autoridades de la Escuela Primaria, que recibe a prácticamente toda su población de la Villa. Los actores cotidianos y las instituciones vinculadas a la villa y a la gente que se estaba aislando, no fueron involucrados en el abordaje que se llevó adelante desde el Estado.

“Con el padre de la Parroquia del Carmen, y otras organizaciones ya se estaba organizando un vínculo entre vecinos de Azul y vecinos del centro de Wilde (del asfalto) para garantizarles al menos lo básico, de mano en mano” nos contó Federico, uno de los fundadores de La Panaderia. Y sigue: “Sin rodeos la gente preguntaba simplemente qué se necesitaba y, en mayor o en menor cantidad, nos traían alimentos y nos hacían preguntas que enriquecían la actividad: Los que tienen chicos chiquitos nos preguntaban si llevábamos juguetes o pinceles y pintura, para los chicos, las mujeres nos preguntaban sobre las toallitas femeninas, los adolescentes sobre la necesidad de tener tarjetas de teléfono… en fin. En el intercambio iban apareciendo cuales eran las necesidades que cada uno consideraba básicas para mantener una vida digna en el aislamiento. Ese fue un proceso de aprendizaje fundamental para muchos de nosotros, que nunca vivimos carencias, y que la reacción era dar alimentos, cuando en realidad, a lo mejor, hubiese sido mejor que pudiéramos hacer llegar otro tipo de elementos que hacen a la vida digna”. Eso lo aprendimos en la acción, concluyó.

Y también contó sobre el aprendizaje que se construye a partir del vinculo, del intercambio concreto, afectuoso. El aprendizaje que es producto del choque frontal entre los prejuicios que cada uno de nosotros carga, y la realidad que se presenta tal cual es: “Aquel que necesita, acepta con agradecimiento lo que se le da. Y si no tiene la confianza, si no ve como un igual a quien tiene enfrente, no va decir “Necesitamos hojas y pinturitas para que los pibes pinten y jueguen. Necesitamos toallitas femeninas, maquinitas de afeitar, tarjetas de teléfono”.

Es la importancia de poder ir construyendo, con tiempo, lazos comunitarios genuinos, de amor y de confianza. De compañerismo y acompañamiento. Caminar juntos. Cada día. Y eso solo puede brindarlo el barrio, la comunidad, los vecinos. Los que comparten las actividades cotidianas. Lo que les pasa a diario.

Aparece ahí ese impulso, ese orgullo de sentirse parte de algo mas grande, mejor. Cuenta de nuevo el integrante de La Panaderia: “Agustina, una adolescente de 16 años, que vive en la zona más afectada de Villa Azul en ese momento, al enterarse de que estábamos organizando esta acción, nos escribió al Facebook para decirnos que se ponía a disposición para ayudar a sus vecinos, expresando su conciencia de que “ella tiene un padre y una madre que trabajan y pueden mantener la casa, y que ella estudia, pero que mucha gente necesitaba mucho y ella quería ayudar”.

Y cuenta: “La veíamos venir acercándose a la valla de las fuerzas de seguridad, armados con armas largas, y ella se acercaba junto con su madre, que tampoco salía de su asombro por la sorpresa de que Agustina había tomado en sus manos la necesidad de su barrio como un asunto propio, y nos mirábamos entre nosotros y con aquella madre, llenos de orgullo”.

En conclusión, la única manera de construir soluciones desde una lógica genuina de comunidad es igualándonos. No es uno el dador y el otro el que recibe y agradece. No es el pobre o el villero aquel que tiene que desterrarse de su cultura y de su herencia familiar para tener una vida mejor, o sea, una vida parecida “a la nuestra”. Encontrarse significa encontrarse con el otro y respetarlo. Simplemente.

Y lo más importante, que es algo que surge espontáneamente, naturalmente, solo por estar ahí. Por la pedagogía de la presencia. En esa charla simple, entre vecinos.

Igualarnos y pensar y caminar juntos

Impresiona pensar en toda esta operatividad, que ninguna institución por sí sola habría podido realizar. Como nos dice el padre Charly, “la institución es necesaria, pero antes está la comunidad, que genera vínculos y construye respuestas. La institución trabaja junto a la comunidad, ofreciendo respuestas específicas que nosotros no somos capaces de dar. Pero no puede generar comunidad, ni sustituirla. Porque su mirada sobre la totalidad de la persona nace precisamente de esa relación amorosa que vivimos en comunidad”.

 

Note
1Para ver el comunicado completo https://twitter. com/pastoralvillera/ status/126252846920 1805314?s=21.
2 La “Familia Grande Hogar de Cristo” es una federación de centros barriales que acompañan de manera territorial, integral y comunitaria a las personas que están arrasadas subjetivamente por el consumo de sustancias y la exclusión social en las villas, asentamientos y barrios populares de la Argentina. Tiene por finalidad principal que estas personas encuentren en la Iglesia una familia que las abrace y a partir de ese apoyo y ese acompañamiento puedan reconstruir su vida devastada. Este objetivo implica por una parte que en esos centros barriales se reconstruyan los vínculos comunitarios para alcanzar en el territorio un cuidado similar al de una familia, y por otra parte exige una transformación en la Iglesia.
 

Ernesto Facundo Taboada es abogado, egresado de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Vive y trabaja en el área metropolitana de Buenos Aires como abogado y docente universitario. Se desempeñó también como funcionario judicial y en cargos académicos en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo (UPMPM).

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